¡Ah!, qué empresa tan gigante para destino tan menguado.
Entre nieve y mar, con toda el alma, nos damos contra un rumbo ya tapiado,
por consecuencia, en la mañana cuando Dios nos desconoce,
cuando alzado a medianoche nos sacude un terremoto,
cuando el mar saquea nuestras casas y se esconde entre los bosques,
cuando Chile ya no puede estar seguro de sus mapas
y cantamos, como un gallo que ha de picar el sol en pedazos,
digo, con firmeza, ¡VIVA CHILE MIERDA!
Fragmento del poema “Viva Chile mierda”, de Fernando Alegría
Este conjunto de sucesos tan diversos parece insinuarnos durante este año un mismo mensaje. Primero el terremoto y su secuela de calamidades; luego la participación de Chile en el mundial y finalmente el rescate heroico de los mineros, nos dicen al oído: es difícil, pero se puede. A mayor infortunio, mayor y más unificada debe ser nuestra respuesta, sin claudicar. Así, el terremoto también nos trajo un inédito esfuerzo privado para socorrer a los damnificados y una red de solidaridad empresarial que, además de recursos, aportó capacidad de gestión, compromiso y dedicación personal. Los méritos de la selección nacional nos conectaron de nuevo con el fútbol mundialista, dejándonos una clara señal del esfuerzo que debemos desarrollar –no solo en el fútbol- para integrarnos como actores de una era global. Y un rescate imposible que conmovió al mundo, nos dejó la magnífica sensación de un trabajo bien hecho, de un desafío bien enfrentado y superado en plenitud. Cuando no nos dejamos vencer por el temor, la desazón y la apatía, la adversidad nos agranda y hace brotar virtudes que derriban los mayores obstáculos y multiplican nuestros talentos.
El regalo que de algún modo nos ha traído este bicentenario es de confianza en nuestras capacidades para lograr más, para forjar nuestro propio futuro y, si es necesario, darle otro rumbo al destino.
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